21 de agosto de 2012

Como si no fuera suficiente ya, sigue lloviendo. Copiosa e insistentemente sobre la ventana repican las gotas de una tormenta sufrida y tajante.
Las nubes grises van de un lado a otro bailando como si fuera su última danza, aún siendo que hace días vienen haciéndolo pretendiendo seguir por mucho tiempo más.
Afuera el viento golpea las ramas de los árboles, mueve algunas hojas caídas y hace estallar con más fuera la lluvia sobre el suelo.
Adentro el aire está enviciado, lleno, saturado de humo, polvo, soledad, olvido y tristeza. Aquí también llueve, tanto como afuera, dentro de esta habitación y dentro de mí.
Una gran tempestad de recuerdos y vivencias se agolpan bruscamente en todos los rincones de mi mente haciendo de mí un trapo viejo que sólo recuerda mientras se consume por dentro.
El vacío se apoderó de mí una vez más, y siento que voy cayendo al abismo sin poder evitarlo, sintiendo el viento en mi rostro.
Caigo y espero el impacto; caigo y espero el momento del golpe porque sé que es inminente, inevitablemente indiscutible.
Siento frío, desesperación. Su nombre se pronuncia solo, se me dibuja su cara, se me aparecen las miles de situaciones en las que nos hemos visto. Siento vergüenza.
¿Cómo no pude haberme dado cuenta?
El clima es despiadado aquí y allá, afuera y adentro. Una lágrima se dejó morir al borde de mis ojos. Así le siguieron tantas más.
Las horas no se pasan, la vida se pasa.
Es masoquismo recordar lo que creí la puerta al paraíso, cuando finalmente fue la entrada principal al mismo infierno. Y de ahi, una seguidilla de situaciones que me lo confirmarían.
Me mató su indiferencia, me mató su frialdad, me mató y me sigue matando que me haya subestimado.
El piano suena más triste que de costumbre, capaz porque a través de él pueda yo expresar lo que siento...
Suenan notas perdidas y lúgubres, y todas hablan de él, de lo hermoso y cruel que fue; de lo divino y diabólico que fue. Grita el silencio y ensordece más que mil palabras dichas a la vez.
Anochece y todo empeora. La oscuridad toma posesión; de la tristeza ni hablemos. Sangran las heridas al caer el sol, duelen y piden sanación. Difícilmente puedan cerrar.
Consigo visualizar por la ventana las nubes nocturnas y lluviosas, los relámpagos, oigo los truenos y los comparo con lo que siento dentro de mi alma.
Verlo burlándose una vez más de mi tristeza fue lo último que esperaba ver, y tan puntual como pudo se mostró sonriente frente a mí, mientras dejaba a su paso mi alma totalmente hecha pedazos.
No aguanté más y me eché a llorar, aún sin entender del todo la situación.
Volver a mi casa me fue complicado... envuelta en un mar de lágrimas y custodiada por la lluvia que seguía amenazante a cada paso que daba.
Recuerdo su imagen desenvuelta y libre de culpas y muero por dentro. Recuerdo su afán y su superioridad al verme tan desprotegida frente a él.
No sé cuando vuelva a despertar de esta maldita pesadilla...

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